lunes, 5 de diciembre de 2011

BEIRUT


__Llevamos dos semanas en la capital y ya me da tanto asco esta gente que podría morirme aquí mismo. Palestinos, armenios, gabachos, olivos, cemento, tabuleh, fatush, los putos garbanzos y un queso maloliente. Cuatro días -dijo Sara-, para presentar la película y buscar distribuidor en Oriente. Por el amor de Dios -dije yo-, eres guionista; que se busquen a otro. Pero no hay otro. Porque es una producción independiente, modesta; una basura de película. Por eso estamos aquí -y no en un festival civilizado-. Anoche llamó mi hermano, para ver si tenía intención de volver. No me atreví a decirle que no tenemos fecha, que dependerá de cómo vayan la cosas. Está molesto, quizá, porque me largue sin hacer el inventario. No sé, no quise escucharlo y colgué; estaba a punto de follarme a Ghizlane -nuestro contacto en la capital-, aprovechando que Sara perdía el tiempo con una coreana en ese restaurante lleno de mongolos. Hacía un siglo que no me tiraba a nadie en un coche -desde la universidad, supongo- y no me sentó bien. Lo hice porque desde que nos presentaron en el teatro -desde que le di la mano-, vi que estaba interesada. Morena, bajita, buenas tetas... Y no soporta Sara. No me lo dijo, claro, pero es por eso que fue todo tan fácil. A mí también me está empezando a caer mal. Las dos. Me caen de puto culo. Antes de venir al puerto, aún me olía todo a coño. Ni siquiera traté de ocultarlo -de limpiarme- cuando llegué al hotel, y no me apetecía darme una ducha esta mañana, así que he dejado el móvil -y las llaves- junto a los calzoncillos sucios -de los que alguien se ocupará- y he venido dándome un paseo, pensando que tendría su gracia haberla dejado embarazada -a Ghizlane-, después de un año intentándolo con Sara. Extiendo mi toalla y me tumbo. Media docena de chavales en el agua. Hablan árabe, creo, y no parecen preguntarse de qué va todo esto, porque son unos críos y aún no les duele nada. Giro sobre mí mismo para evitar que el sol me dé en la cara y pienso que, si vivieran tres mil años... No. La inmortalidad no nos vuelve más listos. A los quince, a los veinte... Ahí termina nuestra lucidez. Porque no estamos hechos para vivir más de cuarenta. Si haces deporte -si eres moderadamente limpio-... puedes sobrevivir con cierta dignidad y ganar algo de tiempo... Pero, en definitiva, somos barro y mierda en constante descomposición. La patria, la gloria, la bandera y una cana, en el pecho. Me levanto de un salto y les digo a esos maricones que no tienen ni puta idea, que se aparten de mi camino. Una chica -parece francesa- me sonríe. La de cosas que podría hacer con esa boca, pienso. Espero mi turno. Y salto.



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